Los vecinos de los pueblos, o mejor, los buenos vecinos que se beneficiaron de una guerra infame y de un régimen ilegal y oprobioso, los que habían robado propiedades, enseres, dinero, y los que habían asesinado a mansalva a partir de octubre de 1937, se veían ahora agobiados con la presencia de los presos republicanos que salían de las cárceles y volvían a sus pueblos. Su mera presencia era un acta de acusación contra ellos, por ello elevan una protesta a la "Superioridad" para que mantengan a los rojos lo más lejos posible del pueblo.
De este modo seguirían a sus anchas, sin miedos, sin los temores propios de los ladrones y asesinos que saben de sus fechorías y que serán reconocidos por los que vuelven. Basta la lectura del documento para descubrir la zozobra en que se hallan con su presencia. La vida cotidiana en la postguerra era un pozo de mierda en el que ellos pretendían nadar sin complicaciones. Seguir disfrutando de lo que habían robado directamente por medio de la amenaza, el chantaje, el abuso, la fuerza bruta.
(- ¿Y si cuando salga de prisión me ve en la calle solo, qué hará?, así razonaba el falangista asesino del hermano del que llegaría al pueblo en breves días.
-¿Y si cuando llegue al pueblo ve que vivo ya en su casa, que tengo sus tierras?).
La sola presencia de los presos republicanos en el pueblo ya suponía un peligro -cierto o incierto- y por ello uno de los dos sobraba en el pueblo.
Acuden a la "Superioridad" para que los proteja manteniendo a los presos republicanos que salen de prisión lejos, muy lejos, y que también tenga que marchar la familia, mujer e hijos. Que nadie quede como testigo de las fechorías que cometieron.
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